El dolor es una criatura misteriosa. Acecha desapercibido en los rincones oscuros de nuestros corazones sólo para ser desatado por la más simple de las provocaciones: escuchar una canción, mirar una imagen, mirar una película, un breve pensamiento o recuerdo pasa por nuestra mente recordándonos nuestra pérdida. De repente, un torrente de lágrimas brota de dentro y sale a borbotones, sin previo aviso. Asombrados, nos preguntamos: ¿De dónde vino eso? Pensé que había terminado de llorar. Justo cuando sentimos que hemos llorado todo lo que pudimos, todavía hay más. No hay ton ni son para el proceso de duelo. Es diferente para cada persona. Lo que sigue siendo lo mismo es nuestra elección sobre cómo navegarlo. Podemos expresar nuestro dolor y así permitir que abra nuestro corazón, liberándonos para vivir plenamente. O, por miedo a sufrir otra pérdida, podemos cerrar el corazón y escondernos de la vida. Ahora, no sólo hemos perdido a alguien que amamos, sino que morimos por dentro. Nuestra energía de fuerza vital creativa se seca y nos hace sentir ansiosos, deprimidos, cansados e insatisfechos. A lo largo del día nos preguntamos: ¿Cuál es el sentido de vivir? El duelo ha sido un compañero constante en mi viaje desde que era una niña. A la edad de diez años, recuerdo llorar solo en la cama por la noche por la pérdida de mi perro, Cinder, a quien consideraba mi mejor amigo, y poco después, cuando mi padre se mudó y mis padres se divorciaron. Me acompañó cuando a mi hermano, Kyle, le diagnosticaron fibrosis quística cuando era un bebé y murió quince años después, y luego tres años después, cuando mi padre murió inesperadamente de cáncer. A medida que he capeado cada tormenta, me he vuelto más fuerte. Ya no tengo miedo al dolor, mi corazón se ha abierto y puedo experimentar junto con mi dolor la alegría de vivir. Se necesita valor para mantener el corazón abierto y reconocer nuestro dolor. Cuando se le honra y se le permite fluir, puede avanzar rápidamente, como una tormenta eléctrica en verano que ilumina el cielo y empapa la tierra. En cuestión de minutos, aparece un arco iris cuando el sol da a conocer su presencia. A medida que lloramos y liberamos nuestro dolor, nuestras lágrimas se convierten en un agente alquimista que convierte nuestra tristeza en alegría. Nos damos cuenta de que, en primer lugar, no estaríamos tristes si no fuera por el amor que sentimos tan profundamente por quienquiera que estemos sufriendo. Al invitar a nuestro dolor a salir de la oscuridad y permitirle fluir, le damos una salida, no sólo a través de nuestras lágrimas, sino nuestros esfuerzos creativos. Cuando mi hermano murió, mi madrastra se dedicó a hacer cerámica y joyería de vidrio. Me involucré más con mi escritura. Al expresar nuestro dolor, la muerte que estamos sufriendo se convierte en vida nueva. Este es el proceso de alquimia. Nos convertimos en agentes de transformación y en el proceso somos transformados. Al sentirnos vivos por dentro, nuestra energía vital se renueva y recuperamos una vida con propósito y alegría. La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos.
- Citas de primos normandos
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